El 30 de septiembre de 2022 me dejaron una herida. La veo todos los días, aún está abierta. A veces tiene con un color rojo intenso, se ve fresca, casi sin sanar. Otros días se ve seca, con costras incipientes, como queriéndose cerrar. Así es el exilio, una compañía diaria que va teniendo matices con el paso del tiempo, unos más intensos, pasionales, sentidos y otros más tenues, apacibles y llevaderos.
El exilio, como ese No-lugar en el que se está todos los días sin habitar, también tiene matices, todos los días muestra algo nuevo. Por doloroso o difícil que sea el día a día, nos cuestiona, nos habla e interroga. Sería mucho más fácil seguro ser un niño y haber llegado a una nueva tierra. No traería tantos pesos a cuestas, no tendría media vida por extrañar ni tantos afectos por echar de menos.
Aunque ya no es la generalidad, parte de mi cabeza sigue en el huso horario de Colombia. Un pedazo de mi cuerpo también, aún sigo sin salir del todo, seguramente nunca lo haga, pero ya estoy viviendo -desde hace un tiempo- el presente y esta nueva realidad. Tengo y seguramente tendré nostalgias siempre ¿Cómo no? Todos las tenemos. Algunas siguen doliendo y haciendo colocar roja la herida, otras se han ido curando y unas pocas ya no están.
Extraño el café que tomaba en el barrio; el pequeño paseo dominguero; la visita inesperada a casa de mis papás; el encuentro fortuito con un amigo en la calle; los miércoles de cine a mitad de precio; los viajes fugaces; Las noches de fiesta, las mañanas de desayunos entre resaca y risas. Lo que se extraña en sí, son esos instantes que, aunque efímeros, transcienden y se atesoran como las abuelas guardaban las joyas en sus cofres tallados en madera.
Los lugares también ocupan un espacio en quienes somos. Colombia, Bogotá o la ciudad que los vio nacer, tienen un olor, un sentir o algo particular que hace que cuando volvamos de vacaciones - o de periodos prolongados de ausencia- nos sintamos a gusto de regresar. Tiene mucho sentido la frase trillada por nuestros padres y abuelos: “hogar dulce hogar”, algún aroma tendrá la casa que nos hace sentirla como propia, como el lugar seguro, como el refugio, algo nos transmite ¿no?
“Uno se siente parte de muy poca gente. Tu país son tus amigos y eso sí se extraña” la célebre frase de la película Martín (Hache) del director argentino Adolfo Aristaraín, es la síntesis de esas ausencias transitorias y definitivas. En últimas, se extrañan los afectos, a quienes componían el hogar.
El cuento Eloísa y los Bichos de Jairo Buitrago, que narra en dibujos el drama de los niños refugiados, cuenta que luego de perderse en su nueva ciudad, Eloísa la aprendió a recorrerla y que luego de llevar un tiempo habitándola dejó de perderse y poco a poco fue haciéndose un lugar en ella. Así fue este segundo año de exilio, volver a recorrer las calles de esta misma ciudad para, ahora habitarlas.
Hace poco caminaba por la calle y vi las fachadas de los edificios con colores más vivos, relucientes, me pareció raro, nunca las había visto así. Decidí preguntar si las habían pintado o intervenido y no, nada había cambiado. Sin duda, y a diferencia de hace un año, ahora camino las calles en tiempo presente, recorriéndolas, siendo consciente de cada una de ellas, de lo que ocurre, del paisaje, de los sonidos, de los olores. Ya tengo dos lugares por los cuales me gusta transitar, dos espacios que no rechazo ni de los cuales refunfuño.
Lo mismo ocurre con la comida, cuando cocino no lo hago únicamente por saciarme o por evitar enfermarme. Ahora, como en el pasado, disfruto del proceso y del breve espacio que se comparte solo o con otros tras cada cucharada. Cuando voy a un restaurante o asisto a algún almuerzo u cena es un día especial, las papilas gustativas están en fiesta y el sistema nervioso central estimulado de nuevas endorfinas. Pocas veces lo agradecemos, pero la comida, al igual que la música, juega un papel predominante a la hora de ayudar con nuestro bienestar.
Desde que encontré casa permanente, hace ya casi un año, pude volver a habitar un espacio. Desde entonces, con el tiempo, he empezado a echar raíz y a sentirme parte de a reconocerlo y reconocerme en él. Seguramente, a su tiempo, lo sentiré como algo propio, como una cueva y refugio. Por breves momentos lo he sentido así, he podido resguardarme en él. Quedan varias preguntas sueltas respecto al devenir de estos nuevos tiempos ¿seré como un junco? ¿Cómo un roble? ¿Qué jardín podré sembrar?
Por ahora no tengo la respuesta, pero, al igual que hace un año reafirmo que todos los días el exilio ha traído consigo una enseñanza y, a su vez, múltiples retos. El de este año será volver a encontrarme, a juntarme en esta nueva tierra, que está dejando de ser tan extraña y ajena con quien era, con mi pasado y con lo que ahora, después de este quiebre de la vida, está emergiendo. Al igual que le ocurrió a Eloísa y otros cientos de miles exiliados, no nacimos aquí, pero estamos aprendiendo a vivir… nuevamente.
Volver a la vida día a día es la tarea…
Posdata:
-A Jone, mi compañera de piso, gracias por acogerme en uno de los momentos más cruciales, por hacerme parte de su hogar y compartirlo conmigo. Tener una casa fue el inicio de una nueva etapa en el exilio, una más apacible.
-A las nuevas personas que he conocido y con quienes hemos hecho amistad mi gratitud por acogerme y enseñarme su tierra.
-A la música gracias por siempre abrir puertas, por ser refugio y por ayudar cada día.