Han pasado dos años desde el día que asaltaron mi apartamento. Al agente del CTI de la Fiscalía que prometió tener de regreso todo lo hurtado en menos de 24 horas, se le retrasó la tarea 24 meses. Era de esperarse, pero confieso que en algún momento guardé la esperanza que, aunque fuera, aparecieran los elementos que no tenían relación con mi trabajo en la Comisión de la Verdad: un parlante, un cuadro, unos libros de fotografía y mis documentos.
Dos meses después del asalto, en abril de 2022, la Fiscalía nos citó al Búnker para mostrarnos la recopilación de vídeos de las cámaras de seguridad, a mostrarnos un retrato hablado y a insistir en la hipótesis de que desde el primer minuto montaron: “El móvil es de un habitante de calle que entró a comer y robó las cosas”. Pensé que se esforzarían más en fabricar la mentira, pero no, la siguieron sosteniendo hasta que todo se desvaneció y empezaron a cerrar expedientes y trasladar el caso de fiscalía en fiscalía.
Al día de hoy, el caso no está en la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía sino en una Local, de hurtos comunes y, como era de esperarse, el caso no avanzó, se perdió en los archivos judiciales. Por si fuera poco, en algún momento creí en la buena fe de los funcionarios judiciales, de la buena relación interinstitucional que había entre la Comisión de la Verdad y la Fiscalía; decidí seguir asistiendo cuando era citado a las ampliaciones de denuncias y compartiendo información con la entidad, creía – muy genuinamente- que por haber sido servidor público y por el tipo de relaciones que hubo, al menos el caso se iba a mover. Pero no, rápidamente dos funcionarios de la fiscalía, cercanos a mí y a mi familia, nos dijeron que lo mejor era no insistir que ya nosotros sabíamos cómo operaba la justicia en casos así.
Se cumplió lo que nos habían advertido: dilación, dilación, excusas y silencio. Así opera la impunidad, en el desgaste judicial, en dejar que el tiempo sepulte los procesos y en desgastar a la víctima con reuniones, ampliaciones de denuncias que no conllevan a nada. No es algo nuevo, no es de ahora, es una vieja práctica de la inoperancia de la justicia en casos como este por razones políticas e intereses ecomómicos. Al día de hoy, parte de las denuncias que conformaron el caso hacen parte del 81% que fueron archivadas durante el periodo de Barbosa. No sorprende, pero genera indignación, no solamente por mi caso sino por los cientos de líderes sociales perseguidos, por los líderes ambientales amenazados y por los sindicalistas y profesores también exiliados a los que la justicia nunca llegó.
Sumado a ello, cuando empezaron a salir las investigaciones periodísticas alrededor de la ahora fiscal Martha Mancera decidí no volver a la entidad hasta la nueva elección de la fiscal general. A Mancera la señalan de proteger a un jefe de investigación del CTI de Buenaventura por denuncias de narcotráfico y tráfico de armas; desde allí se han adelantado serias investigaciones sobre el paso de Mancera en distintos cargos en la entidad desde 1994, algunos muy cuestionables y otros que vulneran los derechos humanos de las víctimas.
La impunidad es otro factor de persistencia del conflicto armado colombiano. La ausencia de justicia, la falta de garantías judiciales, la inacción institucional y el miedo a denunciar nuevos hechos, son apenas algunas de las variables que configuran esta afrenta a las víctimas. “El desplazamiento y el exilio se suele dar cuando las personas no resisten más el ambiente de ostracismo social que les es impuesto a través de ese tipo de violencias. En varios casos colombianos la Corte Interamericana ha concluido que “la falta de una investigación efectiva de hechos violentos puede propiciar o perpetuar un exilio o desplazamiento forzado”, señala el informe de Impunidad escrito por Camilo Umaña, actual viceministro de Justicia, para la Comisión de la Verdad.
El exilio no está reconocido como una violación a los derechos humanos por el Estado colombiano, pese a ser el segundo hecho victimizante después del desplazamiento forzado interno con mayor número de víctimas. Es decir, como en mi caso, hay un reconocimiento de un desplazamiento interno, pero no de la salida forzada del país. Desde la puesta en marcha de la Ley 1448 de 2011 o Ley de víctimas y Restitución de Tierras ha existido un debate del movimiento de víctimas, la sociedad colombiana y los distintos gobiernos para que sean reconocidos los derechos de las víctimas en el exterior y para que el drama del exilio sea reparado integralmente. Aún nada ha cambiado.
A la herida profunda que causa el exilio se suma el insilio, una palabra que no tiene definición en el diccionario, pero que ha sido utilizada desde la década del 80 para hacer referencia a esas heridas permanentes y silenciosas en familiares y seres queridos de quienes se tuvieron que exiliar o sobrevivir a las dictaduras del cono sur. Más recientemente, el Informe de la Comisión de la Verdad se refiere al insilio para referirse a los impactos de “quienes se quedaron”, familiares y seres queridos. Como el mismo exilio, es un proceso de duelo que se vive a diario.
Alfredo Molano, en su libro Desterrados, decía que nunca se iba a acostumbrar al exilio y que esa pequeña muerte, como lo llamaba, no comenzaba con las amenazas del enemigo sino con el silencio de los amigos / compañeros. Al silencio por miedo o por no saber cómo reaccionar de algunos amigos y gente cercana, yo le sumaría que el tiempo y las mismas condiciones de vida, los usos horarios, las coyunturas y el peso del tiempo terminan sí o sí condicionando la relación que hubo. Cada quien, tramitando lo que lo aflige o en negación escuchando en silencio o su propio silencio, ese que estremece. Así es, así está pasando.
Por ahora, los primeros impactos del exilio se van menguando, mientras emergen otros, propios del tiempo y del trabajo diario de buscar adaptarse a una sociedad que no es la propia y a una cultura en la cual no se creció. El exilio es- hay que repetirlo porque no hay otra manera de entenderlo- una zona gris en la mitad de un camino que no conduce a ninguna parte, un No-lugar en el que se convive con la incertidumbre, la ansiedad y los recuerdos del ayer. Mientras el día a día va marcando los pasos físicos a dar, la cabeza está dando pasos imaginarios en el lugar en el que ya no estás; el tiempo avanza y aunque la nostalgia va desapareciendo de la agenda del día, la herida permanece ahí, en el pecho. El desgarro.
Eduardo Galeano decía que el exilio causa crisis de identidad, angustias del desarraigo y fantasmas que acosan:“Cuando uno es arrojado a tierras extranjeras, queda muy a la intemperie el alma y se pierden los habituales marcos de referencia y amparo. La distancia crece cuando es inevitable”. Es así, no en forma lineal, no todos los días, pero sí en el tiempo.
Termino estas breves palabras invitándolos a ver la exposición interactiva del informe Final de la Comisión de la Verdad, estará disponible hasta el 31 de diciembre de este año en el Centro de Memoria Paz y Reconciliación en la ciudad de Bogotá, DC.