Aún tengo el recuerdo vivo del hormigueo en mi nariz y cara al cruzar Migración el pasado 30 de septiembre de 2022. Aún exhalo con profundidad cuando pienso en el momento que tuve que sentarme, mirar al piso, soltar la maleta y llorar. Tenía (tengo) atragantado en el pecho la desazón de dejar la tierra atrás.
El exilio es ese no lugar en el que estás todos los días, pero que nunca puedes habitar. En este último año y medio he conocido las casas y camas que nunca me imaginé conocer. No ha habido un solo colchón como el que tenía en mi casa y nunca lo habrá. Ninguna sala huele igual, ningún cuarto huele igual. Yo no huelo igual.
El exilio es dejar desabrido cualquier plato preparado por una abuela o por mamá, es dejar sin sabor una sopa en leña. El exilio es, en últimas, el no lugar. Los primeros seis meses transité por calles sin caminarlas, estuve en el mar sin sentir la sensación del agua. Aunque de cuerpo presente, mi cabeza y ser estaban aún en el huso horario de Colombia; con la gente, con mi familia. No estaba acá.
El exilio fue haberme dejado de hablar, con razón o sin ella, con amigos y gente cercana. El exilio fue generar miedo, en algunas personas, sobre quién era y qué había hecho. Recuerdo algunas preguntas que solían hacerme: pero, ¿por qué a ti?; ¿con quién te has metido?; ¿hay algo que no sepamos?; ¿qué pasará ahora? Cuestionamientos legítimos, pero dicientes a la hora de siempre buscar culpas en quien no la tuvo.
El exilio fue sentir el silencio de muchos y percibir la distancia de quienes van y vienen en la vida. Así como la vida misma: fluctuante. Aunque entendible, a veces es estremecedor la desconfianza que se siembra el otro tras las amenazas y la persecución. La gente cercana también sufre y vive un impacto de los hechos de varias maneras, algunos tomando distancia y otros cobijando más.
El exilio, entonces, también ha fungido como una escuela. Casi que obligado asistí a clases eternas para mirar con retrovisor la vida. Así como el silencio trae calma y permite escucharnos, también hace ruido, uno estremecedor, que termina con un repaso de cada día de la vida, de cada dolor provocado y recibido. En esta escuela he aprendido a desenredar nudos del pasado y a buscar sosiego en esta coyuntura adversa.
Este desgarro y luto diario me han empujado a forjarme. Aprendí a escucharme, a expresar mis sentires y a comunicar mis emociones. Para mí no ha pasado un año, he vivido, al menos, siete en estos 365 días. Se que los gusanos cerebrales siguen. Están. Todos los tenemos, pero por fortuna para mí vuelven a estar apaciguados.
El exilio me enseñó a lidiar algo que para mi vida anterior hubiese sido un imposible: la incertidumbre. No saber qué pasará mañana, no saber qué será de la vida en la semana o en el mes era algo a lo que no estaba acostumbrado. Aprendí a no tener plan a no organizar, no por no querer, sino porque así fueron las circunstancias. Una constate incógnita y, a veces, ansiedad por el porvenir. ¿Habrá?, ¿dónde está? Preguntas diarias sin respuesta. Eso también lo aprendí. No todo tiene una respuesta en esta coyuntura. Pasan las cosas.
Sin duda, estoy en otro momento, logré salir del bucle de dolor y de revolverme en las heridas de mi propia cabeza. Lo sé, se me nota, de a poco vuelvo a encontrarle sentido a los sonidos de la naturaleza y a sentirme rodeado y protegido de la música, esa que en algún momento tuve que dejar de escuchar por el daño causado.
Sé que el desgarro no se irá, que el vacío en el pecho seguirá habitando en mí. Pero por algo hay que volver a empezar luego de tocar fondo y ya giré el timón. Hay que navegar a contracorriente y creerse el cuento del salmón. Reescribir sobre cada lágrima, sobre cada grito de desespero, por las noches de insomnio, la despersonalización y la depresión profunda.
Aún duele, seguirá doliendo, pero ya estoy de pie dándole cara a este periodo de la vida que al igual que me ha estrujado, también me está enseñando.
Andrés C
Hola Andrés C. !!!
Tienes mismo nombre y misma inicial que mi suegro a quien quería mucho.
Me alegro por tu tiempo para escribir y volcar a través de tus palabras el torrente de emoción que te envuelve como si fuera una serpiente que amenaza estrangularte de miedo....
Es como un superlativo de la experiencia humana de cada ser vivo que respira en esta casa que llamamos planeta tierra y que cada dia lucha por sobrevivir.
Te imagino joven y lleno de fuerza para seguir adelante y afrontar cada día como una buena oportunidad para encontrar tu camino , ese que te lleve a acercarte a lo que para es tu sueño.
Has de tener un sueño, y has de encontrar un impulso que te acerque cada dia en su dirección. Eso es la utopía. Una estrella que guía nuestros deseos, nuestros impulsos, lo mejor y más noble de cada uno de nosotros.
Así entre todos , el mundo será un poco mejor. Estar a cada vez más cerca de nuestro sueño compartido.
Te hago un regalo de un poeta antiguo, Ķhalil Vibran.
Un fuerte abrazo.
https://www.culturamas.es/2017/02/10/el-trabajo-como-placer-kahlil-gibran/