Las salidas a mi crisis mental se agotaban una a una. Después de tener que suspender cualquier tipo de ejercicio por la debilidad corporal; la música, que tantas veces fue mi salvación y escape, comenzó a perseguirme como un tormento. Tenía muchas canciones dando vueltas en el inconsciente que no lograba sacarlas de mi cabeza. Canciones que no escuchaba hace meses, incluso años. Mucho menos frecuente era que las cantara. Pasaron por mi cabeza: La Fuga, Maná (sí Maná, en México no hubo un solo autobús que tomara en el que no sonaran. Supongo por eso llegaron a mi cabeza; Adele, Sam Smith y otros artistas que en la vida decido por voluntad propia escuchar. Meses después, hablando con un neurólogo entendí lo que me había ocurrido.
Se agudizó mi crisis de salud mental y con ello los pensamientos suicidas. La música empezó a acompañar esa ideación. Apareció una amalgama musical: Pink Floyd, Mutantex, Extremoduro, Nadie, Eskorbuto, Lebanon Hanover, Bestiärio, Depeche Mode, Rendez-Vous, . No podía callarlos. Siempre estaban allí, de fondo. Eso me desesperaba más. Lloraba. Me arrinconaba en la habitación. Me tiraba las cobijas encima y debajo de ellas gritaba. Mordiéndolas con toda la fuerza, volvía a llorar. Quería dañar ese caset que había en mi cerebro. Sus letras y su melodía me atormentaban. Su bis, bis, bis me carcomía el consciente en un bucle. Era una tortura similar a padecer la caída de una gota de agua en al frente cada tres segundos por días enteros.
Hey you out there on your own
Sitting naked by the phone
Would you touch me?
Hey you with you ear against the wall
Waiting for someone to call out
Would you touch me?
Hey you, would you help me to carry the stone?
Open your heart, I'm coming home
But it was only fantasy
The wall was too high
As you can see
No matter how he tried
He could not break free
And the worms ate into his brain
Mi psicóloga me explicaba que en episodios de depresión mayor, el inconsciente recuerda todos los sucesos negativos, lo que ha dolido y sigue doliendo para mantener el consciente nublado y llevarlo a un bucle infinito de dolor. Y la música hace parte de ese bucle. Para el psiquiatra, podría ser un episodio maníaco producto del cuadro de ansiedad o de haber tenido ataques de pánico relacionados a algún sonido que me recordara cierto tipo de música.
Me recomendaron hacer sesiones de terapia musical. Consulté, me informé, hice las primeras sesiones y no, no pude. Mi cerebro no estaba. Dejé la música. Tenía miedo, pavor que me hiciera más daño y cualquier canción me encerrara aún más en mis pensamientos. Pero ni así las canciones dejaron de repetirse en mi cabeza. Me acompañaron todos los días de la crisis, eran parte de la crisis. Voces por todos los lados recordándome otras etapas duras de la vida, impulsándome y ahondando en el hueco del asco existencial.
El neurólogo Oliver Sacks define estos episodios como “gusanos cerebrales”, los cuales pueden estar exacerbados por algunos medicamentos psiquiátricos. “Es como si la música estuviera atrapada en una especie de bucle, un estrecho circuito nervioso del que no puede escapar”. Y sí, la música no podía escapar de mi cerebro y yo no podía escapar de ella.
Empecé a pensar en el suicidio. No encontraba salida alguna. Ni la medicina, ni la terapia, ni la música lograban el efecto deseado. Llamaba a P.C, N.P a A.C y a SC* a decirles que no creía poder más. En medio del llanto, les decía que había hecho todo lo posible, pero que mi cuerpo y mi cabeza perdían la batalla. Las sesiones con mi terapeuta aumentaron. Ya hablábamos todos los días, durante dos o más horas. Ella insistía en encontrar la manera de contenerme. Me recomendaba ejercicios de respiración y me instaba a que pensara en las opciones que tenía para poder seguir. Recuerdo sus palabras: “resiste porque esto es una lucha espiritual, por ti”, “no te dejes ganar porque eso es lo que ellos quieren”.
Terminaba la terapia y volvía al mismo ciclo: ansiolíticos, yoga, ejercicios de respiración, música de fondo en la cabeza con su bucle interminable. Pero el cuerpo y la mente se agotaron. En dos citas distintas, el psiquiatra me preguntó por la forma en la que imaginaba el suicidio. Le conté que tenía sueños que se repetían con dos formas, dos lugares y una misma hora en la que me mataba. Para él, eran alucinaciones por el insomnio. Me aconsejó escribir una razón por la cual valía la pena quedarse, seguir viviendo. Debía leerla en la mañana, leerla en la noche y repetirla. Pero la verdad es que no la encontraba, se había ido. Ya no estaba.
Un día, llamé a SC. Yo lloraba. Estaba atacado. Tenía el pecho contraído. El aire que exhalaba, en cada bocanada, hedía a soledad. Le supliqué que me ayudara, que no podía más. Físicamente, no encontraba cómo seguir. Había perdido el partido. Esa misma semana una exnovia me escribió a preguntarme cómo estaba y qué tal iban mis días, quería contarme que había soñado que me suicidaba. Raro ¿no? Por si fuera poco, y así suene extraño, las plantas que le había dejado a cuidar a mi mamá y a dos amigos se habían muerto, plantas que amaba y había dejado en buenas manos ¿se había acabado mi energía? Hoy solo queda un Bonsai que cuida Yix.
El psiquiatra se equivocó, no eran alucinaciones. Era que simple y llanamente no quería estar más. Las palabras no alcanzan para explicar el estado en el que se encontraba mi cabeza. El niño interior herido, que todos tenemos, estaba pidiendo a gritos amor, refugio. Escribí dos largas cartas en medio de las últimas tres noches de insomnio y despersonalización. En mi cabeza, tenía los recuerdos de un año turbio, pero con largos momentos de regocijo, de viajes increíbles, de mucha música y viajes al lado de un ser humano excepcional. Todo el amor de los amigos y de la familia estaba allí. Pensé en mi madre, le pedí perdón y seguí escribiendo.
Mi terapeuta había visualizado mi suicidio, no sé cómo, pero lo había hecho. Tiempo después me lo contó, me dijo las formas en las que lo había visto y sí, así eran. Me dijo también, entre otras, que su insistencia conmigo, en que persistiera, era para que no la dejara sola en lucha espiritual que estaba dando para que no me matara(n). En su momento, me acordé de los amigos y conocidos que se han suicidado. Del dolor de sus partidas y del largo rato en silencio que todos sus conocidos vivimos.
Varias veces, N.P me mencionó el ocaso de Fausto Robles, quien tocaba la mandolina en Bestiärio, una banda de Folk Punk de Bogotá. Él se suicidó luego de haber viajado a Argentina con su pareja. N.P, con tacto, hacía alusión a Fausto, a su manera de irse, para recordarme que el ciclo de la depresión cumple también sus tiempos y que, con trabajo y calor humano, se podía solventar. Le creía, le creo. Ella ha salido de depresiones iguales o peores que la mía; con otros contextos y otras coyunturas, pero padeciendo la misma abulia y cargando la misma mierda acuestas.
No creo en Dios, no profeso ninguna religión, no creo en que haya “algo” superior. Quizá por ello fue un poco más complejo apelar a algo semejante para pedir una bocanada de aire. Creo es en las energías. Mi trabajo y las vivencias que tuve caminando Colombia me enseñaron que los humanos tienen energías, como también las tienen los lugares, las selvas, las montañas, los mares, los ríos y el resto de la naturaleza. Pero la mía, por esos días, estaba muy disminuida. Se había consumido. La había entregado al torbellino de la depresión mayor. No sé si hubiese sido un alma en pena o me hubiese quedado en los círculos del infierno de Dante. Ya no lo quiero saber.
El después
Meses más tarde, hablando con un neurólogo, entendí que no siempre la combinación de hipnóticos con antidepresivos o ansiolíticos resulta útil y beneficiosa. Por el estado en el que me encontraba tenía que tomar sí o sí los hipnóticos; no podía pasar más días sin dormir. La disminución cognitiva, las alucinaciones y la despersonalización aumentaban a medida que no dormía. Según el psiquiatra, el insomnio prolongado produce daños en el cuerpo que terminan dañando los riñones, el hígado y el corazón. Recuerdo muchas noches estar preocupado por el color amarillo casi marrón de mi orina, le echaba la culpa a las pastillas que tomaba y a la poca alimentación de ese momento. Estaba hiper alerta a cualquier señal del cuerpo, una característica propia de la ansiedad.
Quitarle el sueño a alguien ha funcionado históricamente como una de las mejores modalidades de tortura. Lo aplicaron en las dictaduras del Cono Sur y en otras latitudes con el objetivo de generar ataques maníacos y dañar la psiquis de las personas. Nadie me torturó a mí. Mi propia cabeza era la que me torturaba. No salía del loop o pensamiento bucle, cómo le llaman los psicólogos, en el que me veía a mí huyendo de las amenazas, solo y sin afecto en un lugar del que no quería hacer parte, un lugar no lugar. Mi cuerpo habitaba un espacio que no era propio y del cual me sentía ajeno. Un alma en el cementerio equivocado.
Siempre discutía con mi terapeuta sobre el alcance de las amenazas en la psiquis de las personas, en este caso, la mía. Para ella, el objetivo del hostigamiento era acabar con el ser y espíritu del amenazado, con doblegarlo, disminuirlo y hacerlo sucumbir. Siempre me creí fuerte y capaz de sortear las cosas. Así como lo hice en su momento antes de salir de Colombia. Pero el destierro fue a otro precio. Cuando el cerebro se asentó, me sentí desarropado, desnudo y en un estado de vulnerabilidad que no había estado ni sentido antes.
Sin embargo, no ganaron. Acá estoy.
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* En la primera edición del texto había puesto los nombres completos. No obstante, por seguridad preferimos cambiar.
Estas palabras se las quiero dedicar a las personas que estuvieron presentes conmigo en esos meses, ellas y ellos saben quiénes son. Con pocas personas me abrí a decirles que la vida se me iba, a pocos. Gracias por el amor, el cuidado y la compañía. Ojalá algún día podamos contar la historia completa.
A los compañeros de la residencia que me soportaron, que me acompañaron sin saber todo lo que me pasaba internamente, muchas gracias. Gracias por las salidas a caminar, por las noches de gritar en la calle, por las risas y la comida compartida.
A mi terapeuta, a P.C, N.P, A.C y S.C mi mayor agradecimiento. Su hombro, mano y sostén son los que me tienen acá escribiendo, con vida y con ganas, nuevamente, de disfrutar cada instante del camino. Sé que también sufrieron conmigo porque sé lo que es estar las 24/7 para alguien que se quiere marchar. Gracias, acá sigo.
"Después de tanto caminar y ver los días de oro pasar, es tiempo de un segundo plan", escuchaba esto mientras leía... Y acá sigues, en otro plan, en otra oportunidad. 💪🏼
Habrá mejores músicas, siempre, a las canciones se le piensan como personas, llegan, hacen algo en ti, algunas se van, otras permanecen, quedarse con lo bueno y ya está, play a la siguiente.
Te quiero comrad. No podrán contigo, acá seguirás dando lidia...