-“Nano, me estoy muriendo”, me dijo sin titubear y con voz serena. Le respondí que era hora de avisarle a mi tía- su mamá-, que por favor no lo postergara más. Me dijo que no, que no quería que ella la viera así, que quería que se quedara con los últimos recuerdos de las últimas vacaciones. Le volví a insistir sin logro alguno.
En la llamada me contó que ya le habían ordenado tratamientos paliativos; que una enfermera estaba en la casa acompañándola todo el día y que, por fin, había dejado de dolerle todo el cuerpo. Llevaba luchando contra varias metástasis de un primer cáncer de seno. Su rostro estaba pálido, tenía la mirada perdida y su cuerpo se veía hundir en la cama. La enfermedad la había doblegado, apenas sostenía el teléfono con ambas manos. La morfina cumplía su función: apaciguar toda dolencia y acompañarla en la última respiración.
Fui testigo de su entereza y decisión de enfrentar el cáncer; la acompañé a Barcelona para que probaran con su cuerpo nueva ciencia contra el cáncer, ensayos médicos le llaman a esa práctica, una instancia a la que se recurre cuando toda la medicina disponible se ha tratado sin éxito alguno. Aún con cansancio e incomodidad en el cuerpo nunca dejó de querer hacer planes. Compartimos al lado del mar; caminamos por el barrio gótico, fuimos a un mirador y comimos a escondidas de los médicos comida chatarra.
Hace un año que murió Diana, mi prima. Después de la última llamada que tuvimos pasó una semana y media sin que me contestara el teléfono. Me comuniqué dos veces con su esposo, quien me decía que estaba en cama y descansando. A los pocos días me enteré que habían hecho una llamada con los primos más pequeños y con algunas de mis tías. Aunque no me dijeron nada, no hubiese querido estar. No por no despedirme sino por no querer verla sufrir más; sé qué significaba la familia para ella y qué esfuerzo le implicaba un último adiós.
Mis padres fueron los primeros en enterarse de su muerte; no me querían contar; sabían que habíamos estrechado nuestra relación en mi exilio y que la noticia no me iba ayudar en el estado de salud mental que me encontraba; temían que la depresión se agudizara. Por mi parte, desde hace un tiempo me había despedido de ella; sabía que su cuerpo le había pedido descansar, que ya había hecho todo lo posible por seguir erguida. Con el mismo cariño que recibí de su parte esperaba que dejara de sufrir por sus dolores e incomodidades corporales. Sabía que necesitaba descansar, lo merecía.
Los seres humanos tendemos a ser egoístas, a querer satisfacer nuestras necesidades sin pensar en el otro. Ojalá que las madres, abuelas y seres queridos fueran eternos; pero no, somos finitos e ínfimos en medio de la inmensidad de la naturaleza. Toda enfermedad terminal muestra de qué estamos hechos, tanto quien la padece como quien acompaña; el resultado final es la muerte digna ojalá sin un sufrimiento perpetuo.
A quienes batallan contra el cáncer y a sus familias toda mi solidaridad,
Ellla háblo conmigo en algunas ocasiones de ti.. alguna vez estaba tan preocupada que quiso salir de la clínica para estar contigo.. tuviste a la mejor de las primas!!!
Te quiero mucho Nano :)