Ayer la Fiscalía General de la Nación me notificó el archivo del caso abierto, hace más de dos años, por las amenazas que viví luego del asalto a mi apartamento en febrero de 2022. En mensajes, notas de voz y llamadas quedó evidenciado el amedrentamiento, seguimiento físico e intimidaciones que recibí en más de 11 oportunidades. Aunque no me sorprende la decisión, sí me produce malestar, rabia e indignación. Quedaron las puertas abiertas para que no se investigue a los determinadores de los hechos y se sentó un precedente para quienes nos hemos dedicado a investigar el conflicto armado.
En una de las primeras entrevistas que di en Colombia dije que uno de mis temores era que el caso se fuera perdiendo en el tiempo y lo arropara la impunidad. No he sido el único, ni el primer caso en que la entidad no actúa con celeridad, pero hay un rasgo característico, particular, y es haber sido servidor público de la Comisión de la Verdad, una entidad del Sistema de Justicia Transicional de Colombia. Es paradójico haber formado parte del cuerpo institucional del Estado y ahora estar revictimizado por una de sus instituciones proveedoras de justicia.
Desde el mismo día del robo a mi apartamento quedó enunciado cómo iba a ser el proceder de la entidad, se encasillaron con una hipótesis, nunca recuperaron el material hurtado que prometieron regresar, dilataron las reuniones, movieron de Fiscalía los casos y un largo etcétera de negligencia. Lo que cobra relevancia y genera mi indignación es que parte de las pruebas las recogió la misma Fiscalía, hubo un despliegue institucional que quizá en pocos caso se da: director nacional y distrital del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI), Fiscal encargado, y una cantidad de registros durante un mes en mi casa y barrio. Fue ingenuo de mi parte haber confiado en su momento.
Durante la Comisión de la Verdad, dediqué cuatro años a trabajar por el esclarecimiento de la verdad, a buscar caminos para la reconciliación entre víctimas y responsables y sentar bases para la no repetición de hechos victimizantes. La documentación de casos, las entrevistas y el trabajo con archivos me permitieron constatar el largo y espinoso camino que recorren las víctimas buscando justicia. Hoy lo empiezo a vivir en carne propia.
En el año 2020 hicimos un ejercicio de entrevista colectiva a sindicalistas y ex militantes de la Unión Patriótica (UP) que estaban exiliados. En la mayoría de sus testimonios la palabra común y con mayor indignación expresada fue: impunidad. Decenas de casos en los que la justicia nunca llegó, se archivaron procesos, se invirtió la culpa de la denuncia y, en algunos casos, se persiguió judicialmente a quienes denunciaron. Volver a estos testimonios para validar, nuevamente, cada una de sus palabras.
Una justicia sin respuesta efectiva es parte de los mecanismos de impunidad, este ha sido uno de los problemas persistentes y extendidos a lo largo de la historia del conflicto armado en Colombia. La impunidad empieza cuando las acciones institucionales no son diligentes, cuando la investigación no es exhaustiva, cuando los análisis no corresponde, siquiera, con las mismas pruebas recolectadas y mostradas. La impunidad empieza ahí, cuando la irresponsabilidad , con dolo o sin, de la entidad es la que habla.
Leer las decisiones y acciones judiciales, por largas o cortas que sean, es tener un flashback -regreso- a cada uno de los hechos que viví y que ahora desestiman. Los dolores del exilio y cualquier otro hecho victimizante son propios y solo quienes los atravesamos sabemos los impactos que generan, lo que nos atraviesan y el largo tiempo que toman en ir sanando. Hoy las heridas están nuevamente a flor de piel por el actuar institucional que, aunque solo sea un papel, es un recuerdo a todo este proceso que tanto ha costado, no solo para mi, sino para mi familia, los amigos que estuvieron en su momento y, también, para quienes ya no están.
Que sea el momento, nuevamente, para agradecerles a quienes me han acompañado, a los abogados apoderados y mis amigos abogados por sus consejos y ayuda en este proceso. A los amigos que siguen presentes pese a la ausencia física, la impersonalidad de las redes sociales y la dinámica de la vida misma. A quienes he conocido en mi exilio y me han acompañado con una palabra, una sonrisa o una voz de aliento. A la prensa por haber movido el caso cuando estuve bajo el acoso de las amenazas y la zozobra después del asalto a mi apartamento, también gracias.
Seguiremos, < 3
E. Andrés Celis R